
Llega a la ciudad ingente en el verano austral:
está vacía.
Corre al litoral
entusiasmada por la posibilidad del agua.
Agua de océano:
otra densidad.
No hay paz con el oleaje.
Recibe golpes, empujones rotundos.
La posibilidad de rendirse es sopesada en un instante‒
al agua le debe la proyección vertiginosa y azulada
de todos los instantes de su vida
en el puro ahogo de la sal‒.
Sostiene la teoría de que nadie muere sin saber quién es.